🥣🥣🥣🥣🥣COMO HACER UNA DELICIOSA POSTA NEGRA
El día de un solo tren, del "peor es ná" y del "buenas tardes"
Era una tarde de domingo en la costa Caribe, un lugar de costumbres peculiares, como aquella de decir que el domingo era de “un solo tren”, refiriéndose a dos golpes de comida —un almuerzo tardío y una cena— que marcaban un día largo. Al final de la tarde, el recuerdo del tren del mediodía, que salía a las tres, quedaba grabado en la rutina. Como para apaciguar el hambre entre el almuerzo y la cena, teníamos derecho al “peor es ná”: unas empanadas o unas arepas dulces en la fritanga de la señora María, o quizás un “matrimonio” de bollos de mazorca con queso costeño fresco, acompañado de un humeante café con leche. Era la costumbre de aquellos tiempos, cuando aún no existían en mi casa, el glamour de las carnes frías ni los panes inflados con salsas para engatusar el paladar.
Aún guardaba el recuerdo de ese almuerzo de domingo, que se servía a las tres de la tarde por pura tradición. Sabía que la espera hacía que el hambre se mezclara con el placer de lo inesperado, prolongando el disfrute en cada bocado, en cada lento masticar, en cada salivación. Y entonces, en la mesa, se hacía el silencio: la posta negra, con su carne oscura en salsa dulce, con notas de clavos y canela, invitaba a cerrar los ojos y saborear, dejando en el rostro muecas de pura satisfacción.
Pero siempre había una pregunta que rompía el silencio:
—Mami, ¿cómo hiciste esta carne? ¿Hay más?
La respuesta era la misma de siempre:
—El plato que quedó en la cocina es para "buenas tardes".
Y todos sabíamos que "las buenas tardes" siempre llegaban. Un visitante Inesperado.
LA POSTA NEGRA
Ingredientes
- 1 punta gorda, punta de nalga o punta de anca (entre más gruesa, mejor).
- 1 cebolla grande, cortada en cuatro.
- 1 cabeza de ajo.
- 1 tomate.
- ½ taza de vinagre.
- 4 cucharadas de panela rallada.
- ½ pocillo de salsa inglesa.
- 5 clavos de olor.
- 1 astilla de canela.
- Sal y pimienta al gusto.
Preparación
El secreto de esta receta está en la preparación del día anterior. La carne se marina con el ajo, la cebolla, el tomate y el vinagre, masajeándola con las especias. Luego se tapa y se deja reposar en la parte baja de la nevera por al menos 12 horas.
Al día siguiente, desde las 11 de la mañana, el suplicio comenzaba cuando la carne se sellaba en la sartén, dorándose por todos sus lados. Pero el lado donde estaba la grasa era el que más hacía salivar, pues el olor despertaba el hambre con una necesidad casi primitiva.
Una vez dorada, se añadía la panela rallada, agua, la salsa inglesa, el clavo de olor, la canela, la sal y la pimienta. Se tapaba la olla de presión y se cocinaba a fuego bajo, hasta que la válvula pitara durante 35 minutos.
Ese sonido de la olla era como el silbato de un tren, y el vapor que escapaba nos recordaba que era domingo y el almuerzo tardaba en llegar. Luego, había que esperar a que la olla enfriara para abrirla sin peligro. La carne se cortaba en rodajas y se sumergía nuevamente en el líquido, dejándola a fuego lento, sin tapa, hasta que los jugos se volvieran una salsa espesa y brillante.
—¿Eso es todo? ¿Así de fácil? —preguntaba incrédulo.
—Si te quieres pulir —respondía la abuela—, en vez de salsa inglesa le echas vino tinto y espesas la salsa con tres cucharadas de maicena disueltas en agua fría. Y si quieres darle más brillo, cuelas la salsa, la licúas y le agregas mantequilla.
Pero para mí, la posta negra tenía que quedar oscura, como la piel tostada por el sol de nuestra tierra. Algunos usaban posta, carne de bollo o "muchacho" —como la llaman en el interior del país—, pero la auténtica se hacía con punta gorda o punta de nalga.
Se servía con arroz blanco o de coco, papas chorreadas o puré de ñame. Y, por supuesto, no podía faltar el plátano pícaro —o "calado", como lo llaman en otras regiones—.
Un plato que sabía a domingo.
¡Buen apetito!